Foto: Sue Ponce |
Júlia Ayerbe es activista, investigadora, comisaria y editora brasileña. Su trabajo está enfocado en temas relacionados con diversidad funcional, feminismos y prácticas editoriales. Junto a ella y Costa Badía estamos desarrollando el proyecto educativo mencionado en el post anterior "Abriendo puertas, cerrando heridas".
Como parte de este proyecto, Júlia escribió un precioso texto que se puede encontrar aquí donde relata en primera persona varias experiencias al intentar acceder en diversas instituciones museísticas. En algunos casos con detalle; desde que sale de casa, hasta el periplo que supone el uso del transporte público. Estas experiencias son, a veces, desde la perspectiva de visitante o usuaria, y otras como trabajadora. En dicho relato, se aprecia cómo en varios de estos museos, de forma recurrente, cada vez que ha tenido que hacer uso del ascensor, una persona de seguridad le interpela y le comenta que el ascensor es "únicamente" para personas con discapacidad, a lo cual ella responde que "tiene una discapacidad". En algunos casos, hay dudas y desconfianza por parte de su interlocutor, en otros, un cuestionamiento de esa discapacidad; otras veces se le pide acreditar su discapacidad. Incluso se le llega a preguntar por cuál es su diagnóstico" o que verifique su situación de "discapacidad". Solamente cuando se convierte en una "usuaria habitual" el trato cambia y se vuelve amable.
En todos estos ejemplos se observa que, si la discapacidad no es visible a simple vista, te convierte en alguien sospechoso, apelando a algo tan abstracto y dudoso como son "las normas". Júlia nos cuenta que cuando no va con su silla de ruedas, le suelen cuestionar su discapacidad de maneras muy desagradables.
En todos ellos se delatan comportamientos y actitudes discriminatorios que ejercen una violencia enorme sobre la persona afectada. Aquí estamos hablando de un caso de discriminación de privación de acceso a servicios básicos (o dificultad para acceder): acceso a un edificio sin accesibilidad universal y con barreras arquitectónicas, uso del ascensor restringido, entrada accesible solo por la puerta de atrás, o de servicio, cuestionamiento de la discapacidad, solicitud de una identificación como "persona con discapacidad", etc.
Se trata de una discriminación indirecta y por error, porque con la excusa de que el ascensor solo sea para uso de discapacitado, la institución entra en un rol donde le compromete a ser ella la que decida quién tiene una discapacidad o no, lo que claramente además de ser del todo irregular, induce a prejuicios. Además se cuestiona a las personas que no tienen una discapacidad "visible" o que claramente no sufren ningún tipo de discapacidad (embarazadas por ejemplo) a hacer uso del ascensor.
Este relato de Júlia nos saca los rubores a las instituciones culturales, a la falta de conciencia sobre estos temas de accesibilidad. La accesibilidad no es únicamente una cuestión de barreras arquitectónicas, es algo mucho más amplio que debe ser abordado de manera holística y a varios niveles. Nos afecta a todos, tanto al personal como a los usuarios, para poder enfrentarse a estas cuestiones con sensibilidad y conocimiento.
Tampoco nos debemos excusar en un "todo o nada". Obviamente la aspiración debe ser a la máxima accesibilidad o accesibilidad universal, y no solo en los accesos. Pero podemos empezar poco a poco, con pequeños cambios. Mi propio museo cuenta con unas puertas que no son accesibles, y a través de pequeños gestos, de analizar qué podíamos hacer; (el tema de las puertas depende de un departamento de infraestructuras que a su vez está en la consejería) reuniones con el personal de sala, con personas afectadas... hemos realizado algunos pequeños gestos mientras cambian las puertas acristaladas abatibles a otras más accesibles.
Estos pequeños gestos se han materializado en: realización de unos vinilos con dibujos para hacer visibles las puertas de cristal (todos conocemos experiencias de accidentes por la falta de visibilidad de las puertas acristaladas), un espejo retrovisor colocado de tal manera que el personal de recepción pueda ver si alguien precisa ayuda para abrir las puertas abatibles; este texto escrito una parte por Júlia y otra por el propio departamento de educación. Pero sobre todo, todo empieza por una toma de conciencia y de reconocimiento de nuestras propias carencias a través de la crítica institucional, pues como mencionaba a Kimberlé Crenshaw, lo que no se nombra, no existe.
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